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CONEJO Y CHISTERA, PERO AL REVÉS

Fue en aquel cabaret de mala fama. Nadie sabe a ciencia cierta cómo ocurrió. Después del despelote de las bailarinas era el turno del mago. El mago Malafama. Agotado. Achacoso. Solitario y huidizo. Podrido en este mundo. Como siempre, empezó atando y desatando nudos. Lazos de colores, desteñidos pero de colores. Y las cartas, las barajas. Apenas una veintena de ojos vidriosos le ponían atención, o lo intentaban. Ambiente de libido, alcohol y humo. Como siempre. Como todos los días en aquel cabaret de mala fama. De  Malafama. Llegó el momento de la chistera y la mágica vara. ¿Paloma o conejo? Repito: nadie sabe a ciencia cierta cómo pasó. El toque habitual y cotidiano en la chistera y ocurrió. Pero al revés. El prestidigitador en la chistera y el conejo dentro de aquel desteñido traje de frac del mago Malafama. Alto. Erguido. Desafiante. Sosteniendo la chistera en su mano derecha. El conejo Malafama. No lo dudó ni un instante: Con risa macabra y rojizos ojos emprendió la más espectacular de sus magias o, quizás, el más grande de sus chistes: destrozó la chistera. Trizas. Trozos. Trapo. Chis, chis, tera… Al instante percutió su vara mágica sobre sí, mientras miraba desafiante a los embriagados espectadores, a las cabareteras, a las camareras y al barman. Una última risa fantasmal y se esfumó. O se esfumaron. Mago y conejo. Nadie supo nada más del mago.  A nadie le importó.  Pero las malas lenguas, y las buenas, y las nifunifa empezaron a prodigar la nueva,  crónica de gacetilla: el conejo Malafama empezó a ejercer de conejo, a hacer lo que mejor le venía a bien hacer. Fama a su especie. Por eso gatos y perros callejeros empezaron a desaparecer.  Aquel barrio de mala fama se infestó de conejos. Conejos con frac y chistera.  El conejo Malafama, el mago, el más feliz de las criaturas liberadas.

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