El avecilla
vuela frágil hacia el sol
después de un día de lluvia.
La lluvia
se golpea en el asfalto:
sonido de ciudad.
La fogata de día
no opaca al sol.
Gota de agua.
Hoy me siento rana
me zambullo, me estremezco.
¿Será la primavera?
Olor a hierba mojada
para emprender el camino
sobre la alfombra del jardín.
Hasta la fatalidad
me rehuye.
Suerte de cangrejo.
El verano llega
se posa sobre el roble,
brilla la atmósfera.
La pena pasa volando
se detiene en la colina.
Mera casualidad.
El ruiseñor
o la alondra,
enigma de enamorados.
El huésped cobijado,
el bosque de encinas,
sólo falta el desierto.
Se retira el invierno
tras la cortina blanca.
Es hora de renacer.
Nadie comprende
el resultado de la guerra.
La muerte también huele.
Por más que quiero atraparte
te escabulles de mis sueños,
amor sin recompensa.
¡Qué pronto se vive,
qué pronto se muere!
se lamenta el zángano de la abeja.
El sol por el poniente
presagia la desgracia:
no te hagas ilusiones.
La ramita del almendro
mueve la brisa.
¡Templo de bosques!
Van arrastrando
mis versos, y en silencio
retumba mi vacío.
La palabra
contiene la nostalgia.
Es mi refugio.
Cuando escampe
¿saldremos a la vida?
murmuran las semillas.
Despierta el alba
con la ciudad,
crujido de metal.
Los placeres vuelan
al corral de las delicias.
Emoción.
La brisa
se desprende al amanecer
¿por qué tengo frío?
El alma empequeñecida
llora su desgracia
en el río de las cosas.
La voz se pasea en la poesía,
se escuda en la palabra.
Todo está escrito.
Hay dichas
que alumbran el horizonte:
luz de luciérnagas.
Hoy el iluso
quiere escribir a la luna,
misterio de campiña.
Brilló la estrella
en el compulsivo universo.
Y así fue.
Miré a escondidas
y estabas tú.
¿Qué más preciso?
Mi hogar
rebosa de ternura.
Señal de que estás tú.
Se alejan los milenios
como aves migratorias.
Tu encanto permanece.
Al primer día
un nuevo ciclo
por el camino.
Yo, como la luna,
aparezco y desaparezco.
Voz de viento.
Capote para la lluvia
en día de tormenta:
solución de majaderos.
El ruiseñor tiñe
con sus trinos, la atmósfera.
Aún queda esperanza.
Si tuviera el sol
entre mis manos
¡qué ceguera la mía!
Sólo de noche
se aprecia la hoguera.
Lo demás es secundario.
Saltó la flecha
directo al corazón.
No hay marcha atrás.
Camina el peregrino
por deliciosa travesía.
Hoy nada duerme.
Hoy tronco,
mañana madera o fuego:
el árbol, la vida.
Luciérnagas artificiales
parpadean sobre los tejados.
Hay fiesta en la ciudad.
El pequeño jazmín
se hace lugar entre hierbajos.
Jardín de las delicias.
El nuevo hombre
levanta su mirada certera,
renace con el milenio.
La noche deja ver
las sombras invisibles
que detesta el día.
El habitat es el mundo,
el mundo, su cultura.
¿Todo eso para qué?
La lejana tierra
se agiganta
en los sueños del exilio.
La última palabra,
la mujer.
O ella o el refugio.
En días de ardor
la sangre se exaspera,
la humanidad talla su futuro.
Me voy solo y sosegado
y como la luna
volveré a reflejarme en el estanque.
Miré al cielo
y allí estaba:
luz y alimento para la tierra.
Sobre el mar la patera
emprende su agonía
hacia el todo o nada.
Tras la ventana
gotas de plata.
Bendición.
Vi su mirada
reflejada en el océano,
última esperanza.
Sobre el horizonte
el águila arpía
remonta su último vuelo.
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