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ARENA

"En la arena escribí tu nombre", voceaba una canción "de verano" del
pasado siglo. Romántico. Pero cuando pienso en toda esta vastedad de
mundo cubierto por arenas, ya la cosa se percibe de otro modo: arenas
del desierto, de ríos, de playa, de mina, volcánicas, movedizas, hasta
la arena donde presencié el último espectáculo con la canción del
verano. Tantos territorios hay compuestos de estas ínfimas partículas
de roca disgregada que solemos llamar arena, que mi imaginación se echa
a volar y me pregunto si llegará el día en que descubramos las
propiedades gastronómicas de la arena. Cuando era niño vivía en una
ciudad a orillas del mar, y prácticamente todas mis vacaciones lo
pasaba entre arena, yates, islas, pesca y ese olor tan peculiar que
trae a mi memoria la tierra donde nací, por lo que construir castillos
en arena se convertía en uno de nuestros pasatiempos favoritos. Pero no
solo construíamos castillos, también sabíamos preparar "apetitosos"
dulces y pasteles, a veces gigantes, con la rica arena que nos
rodeaba. Ahora, cuando el tiempo se nos ha echado encima, trayendo a mi
memoria aquellas arenas, me pregunto que si ya hemos descubierto las
utilidades de la arena para la construcción o para la fabricación de
cristales, o las benéficas propiedades de ciertas arenas para la salud
corporal y estética; si sabemos que el pez loro las digiere, ¿por qué
no podré yo imaginarme un apetitoso menú con "yogur de arena del
Sahara", helado de arena de playas mediterráneas (para los muy
valientes, por aquello de la contaminación), tortas con arena de las
dunas asiáticas, pastel de arena volcánica, acompañado de mojito con
arenas caribeñas...? ¡Salud y buen provecho! 

BARCO

Hoy quiero rendirle un homenaje al barco y al arte y ciencia que es la
navegación. Lo llamo barco, por necesidad de utilizar un término que
intente englobar todas las construcciones que sean capaces de flotar y
transportar por las aguas (de mar, de río, de lagos...), de una orilla a
otra, cualquier cosa posible, desde un grano a un avión. El barco ha
sido, quizás, uno de los inventos fundamentales y necesarios ideados por
la mente humana, para el desarrollo y expansión de la cultura. Se
conocen como medio de transporte por las aguas desde hace más de diez
mil años. La cantidad de términos que se utilizan hoy día en lengua
castellana, o que se hayan adaptado a ella, para nombrar a estas
embarcaciones, atestigua su importancia y su indispensabilidad para
muchos pueblos y sociedades: barco, nave, buque, embarcación, navío,
nao, paquebote, velero, yate, bajel, lancha, canoa, acal, bote, chalupa,
esquife, falúa, carabela, motora, galera, catamarán, cayuco, kayak,
panga, piragua, balsa, y quién sabe cuántas más que desconocemos. Aún
recuerdo el yate de 24 pies que construyó mi padre en el patio de
nuestra casa. No puedo olvidar los largos tablones de madera, cómo su
esqueleto iba cobrando forma y realidad, y en especial no puedo olvidar
su peculiar olor, el de la fibra de vidrio con el que revestía el
armazón, que penetraba fuertemente desde el patio a nuestras
habitaciones, y de allí a nuestra nariz. Quizás por eso quiera rendirle
ahora un homenaje al barco, y no sólo por lo que representa para el
desarrollo de la Humanidad. Qué mayor deferencia al arte de la
navegación, que el que en nuestros días yo, y tú que me lees, nos hemos
convertido en "internautas", que "navegamos" con regularidad por estos
"mares" de la comunicación tecnológica computerizada, para comunicarnos
a través de una red de "naves" invisibles (internet).

BESO

El día que descubrí a mis dos tortugas besándose, rozando sus bocas
entre caricias con sus largas uñas, intuí la universalidad del beso. Sí,
ese roce de labios, el beso, es palabra evocadora de sentimientos,
imperecederos o no. Amor, agradecimiento, saludo, pasión, sensualidad en
toda regla. Cada beso en su tiempo y en su motivo. Podría haber un
componente cultural en el beso, pero creo, no es solo un fenómeno humano
o de los primates, no creo que se podría definir simplemente como una
manifestación aprendida por hábitos sociales. Es un acto que va más allá
de las normas o del contacto carnal. Es un símbolo y un sentimiento, o
muchos, según el beso, según a quién y cuándo. Cuántos besos he dado o
me han dado, de cuántas formas y sentimientos diferentes. Mi primer beso
netamente pasional y sensual; o mi primero de amor franco, debajo de la
tenue farola que pretendía iluminar las rocas en el malecón; o los besos
de compromiso, que hay que seguir dándolos. También recuerdo épocas de
sequía, sin besos, sin compromisos. Hoy día, y otra vez en el ámbito de
la cultura, los besos hasta tienen nacionalidades, como el beso
"francés", el "griego" o el "esquimal"; se les adjudica colores, como
el beso "negro"; pueden ser besos secos o húmedos. Pero yo me quedaría
con el beso "mariposa", como el de mis tortugas, solo que en vez de
acoplar al beso las caricias con sus uñas, los humanos juntaríamos, en
un movimiento coqueto y pasional, nuestras pestañas. 

BULTO

Muchas veces utilizamos palabras en un contexto diferente al de su
significado original y, que con el tiempo, también cobran, a base del
uso popular, ese nuevo significado. No sé si es el caso del término
bulto, que como tantas otras palabras, conlleva en sí definiciones que,
aunque afines, no significan lo mismo. Siguiendo al diccionario de la
Real Academia Española de la Lengua, podría definirse a bulto de varias
formas, entre otras, "volumen o tamaño de cualquier cosa; cuerpo
indistinguible por la distancia, por falta de luz o por estar cubierto;
elevación de una superficie causada por cualquier tumor o hinchazón".
Creo que estas dos últimas definiciones son las que le dan a bulto, en
nuestros días, connotaciones dramáticas e impresionantes. Encontrase un
bulto en el cuerpo es causa de alarma, ya que nos puede arrastrar hacia
enfermedades cancerígenas, que si no incurables, son por lo menos
adversas. Y hay sociedades en que encontrarse un bulto abandonado en
medio de una calle o cualquier lugar público, causa inquietud
generalizada entre sus miembros, constantemente amenazados por actos
terroristas. Personalmente me han tocado vivir momentos de pánico e
incertidumbre, a causa de bultos sospechosos, sin dueños conocidos.
Cierta vez tuvimos, todos los ocupantes de un autobús, que abandonarlo
precipitadamente a causa de uno de estos dichosos bultos, que al final
resultó ser falsa alarma. No tan falsa fue la bomba, solapada en un
bulto, que explotó en un cine, conmigo como espectador. La providencia,
o como queramos llamarlo, estuvo de nuestra parte, ya que no hubo
heridos, más allá de los "personajes" dentro del celuloide, porque
película y proyector sí quedaron destrozados. Finalmente, en un
aeropuerto también me tocó desalojar precipitadamente una sala de
espera, a causa del maldito bulto no identificado. Hasta el día de hoy
no sé cómo acabó aquella "aventura", pues no me quedé para saberlo, ya
que yo, por si acaso, en situaciones como esta, prefiero "escurrir el
bulto".

CARTA

Acabo de escribir un correo electrónico y a mi mente ha subido el
pensamiento de que desde hace muchos años no recibo, ni escribo, una
carta. Tenía dos amigas muy queridas, una en Asia y otra en América, con
las que solía mantener una relación epistolar entrañable. Me las imagino
tratando de descifrar mis jeroglíficos, dada mi desastrada caligrafía
Pero eso ya se acabó. Hasta mi colección de estampillas (sellos) quedó
interrumpida por esos mismos tiempos. ¿Habrá fenecido la época
epistolar, por lo menos de aquellas cartas íntimas colmadas de afectos,
consejos coloquiales, preocupaciones y hasta mensajes subliminales? No,
no es lo mismo la comunicación escrita vía internet. No sé si el respeto
que impone la computadora o la velocidad del tiempo en nuestros días, 
hacen que lo escrito por correo electrónico sea más escueto, menos
romántico, menos íntimo. Desapareció esa percepción de emociones que
sentíamos muy adentro cuando abríamos el buzón de correo y nos
encontrábamos con una de esas cartas; o rasgar el sobre, extender las
hojas y saborear su contenido. Y luego descifrar la grafía escrita con
el "puño y letra" del remitente: "Mi muy querido amigo..."

FUEGO

Una de las fuerzas de la naturaleza que más me cautiva es el fuego. Ese
poderío de luminosidad y calor, el desprendimiento de chispas, color y
llamas, a pesar de todas las connotaciones catastróficas que arrastra,
me embelesa por su majestuosidad, a la vez que me turba hasta el
estremecimiento. Por algo el fuego ha sido venerado en ritos y
ceremonias ancestrales. Hace unos años, viajando durante un verano en
transporte público por una carretera comarcal en la Sierra de Gredos,
España, me tocó "vivir" un incendio muy de cerca: el lado este de la
carretera estaba envuelto en humo y fuego. El conductor hasta se planteó
la posibilidad de continuar, debido a la cercanía del fuego y a la poca
visibilidad a causa del humo. Finalmente optó por seguir. Mientras
entrábamos por la zona afectada, debo reconocer que la magnificencia del
fuego me dejó como hipnotizado. La fascinación que desprende esa
manifestación visual, encadenada a sus propiedades benéficas para la
humanidad, así como a los riesgos y peligros que puede acarrear, le
otorgan ese halo de supremacía y misterio. Incluso en la Biblia, el
fuego (y la Luz, una de sus propiedades) se convierte en elemento
reiterado por el Ser para manifestarse ante el hombre. Volviendo a aquel
accidentado viaje, debo también confesar que toda esa fascinación mía
se desmoronó durante mi regreso, cuando por la misma carretera, todo el
paisaje, tanto a su derecha como a su izquierda (el fuego había
atravesado la carretera) no era más que negrura y desolación. Entonces
medité que posiblemente el ser humano se sintió humano por primera vez,
y no animal, cuando logró dominar (en parte) al tan temido y respetado
fuego. Y creo que no se equivocó.

IDEA

¿Se podría acaso hacer una estimación de cuántas ideas, originales o no,
podría tener un ser humano a lo largo de su vida? Yo respondería que "no
tengo ni idea" (que de por sí ya es una idea) y ni sé si alguien podría
tenerla. Si a ello le sumamos los miles de millones de seres humanos
que habitamos este planeta, estimar la cuantía de ideas que genera este
planeta nos anima a contestar que serían, al igual que las estrellas o
las arenas de mares y desiertos, SIN CUENTA. Cuando era más joven
recuerdo que en mi círculo de compañeros y amigos, cuando a mí se me
ocurría proclamar "¡tengo una idea!", todos a mi alrededor empezaban a
temblar, si no a huir, pues sabían por propia experiencia, que están
serían por lo menos, estrafalarias, aunque ingeniosas. ¡Y más de una
llegó a buen puerto, con resultados creativos, principalmente en el
mundo del arte! Ahora bien, si se trata de cuántas ideas concebidas
por el ingenio de la mente humana son originales y logran
materializarse, convertirse en invento o hecho histórico, allí, las
cuantías varían considerablemente. Serían muchas, pero nos alcanzarían
los ceros.

LOCURA

"¡Esto es una locura!" Cuántas veces voceamos u oímos esta exclamación
ante un acto arriesgado, pero que finalmente concluye con
extraordinario éxito. Soy de los que creen que la chispa de la
genialidad se da en quienes se atreven a romper o rechazar el
comportamiento establecido por determinadas normas sociales. ¿Esto es
una locura? Pues bienvenida sea. Como dijo un escritor alemán del Siglo
XIX, "Prefiero una locura que me entusiasme a una verdad que me
abata.". Es cierto que de la genialidad a la locura a veces hay un
paso, como lo atestiguan algunos genios de la humanidad que terminaron
recluidos en centros especializados. Pero que le quiten lo bailado (y
nosotros que se los agradezcamos). Es más, uno de estos ejemplos de la
genialidad/locura, Nietzsche, se atrevió a sugerir: "En la locura
siempre hay algo de razón". En muchos casos es imposible determinar
limpiamente la frontera entre cordura y locura. Recuerdo una gran y
admirada amiga en el pasado, compañera de aventuras artísticas, que fue
internada por un corto tiempo en un centro psiquiátrico, a causa de
ciertos comportamientos e ideas, que para mí eran atisbos de sapiencia
e inconformismo, pero que para la mayoría significaban desajustes
psicosociales. Muchos años después, de visita a mi país natal, volvimos
a encontrarnos, y ya era una profesora universitaria reconocida, con
varios e interesantes escritos a su haber. ¿Estaré yo lo
suficientemente cuerdo para asegurar que el comportamiento de mi
prójimo se ha desviado de las convenciones sociales, y por tanto está
loco? Más bien me adhiero al estribillo de una conocida canción: "No
estamos locos, sabemos lo que queremos..." o no...

NUBE

¿Quién no se habrá imaginado alguna vez la figura de un animal, el
abuelo con barbas, la bruja de los bosques, trazados en una nube? No
precisamos ser niños para reparar en las nubes esas formas y figuras.
La avistamos y enseguida fantaseamos con hamacas de algodón, con seres
prodigiosos, hasta con ángeles; en todo menos en que son un cúmulo de
gotas de agua o cristales de nieve suspendidos en la atmósfera. ¡Cuántas
veces no me habré inventado historias y fantasías alrededor de las
nubes y sus formas misteriosas! Las recuerdo aún, principalmente
aquellas que se me ocurrían mientras viajaba en la parte trasera del
coche, por la avenida de la bahía, donde nubes y mar solían amalgamarse
en "un todo". Luego, ya en casa, continuaba con mis sueños y no me era
difícil imaginar todo un argumento fantasioso, donde los protagonistas
eran aquellos personajes que creía yo ver en las nubes. Con el tiempo,
mientras crecemos y la sociedad nos hace más suspicaces y analíticos,
creemos comprender la naturaleza de ese fenómeno atmosférico que
llamamos nube. ¿Pero cómo poder explicar a las mentes infantiles que esa
textura, que esas figuras que imaginan ver dependen simplemente del
calor que las propulsa o del viento que las empuja fijando su altura?
¿Es que puede haber algo más real que la imaginación rebosada en la
fantasía de un niño? Y... ¿y si la ciencia se equivoca...? 

PIEDRA

¿Serían las piedras las primeras armas de la humanidad? ¿Qué ingenio
precedió al otro: la piedra como arma, dos piedras frotándose para crear
fuego, o piedra sobre piedra para edificar morada o albergue? Conociendo
y sobrellevando el acontecer histórico que me ha tocado vivir, no me
queda duda que la primera opción es la más factible. Como profesor que
soy, más de una vez me ha tocado entrar en el "campo de batalla" de
algunos alumnos e impedir mayores catástrofes, en esa lucha a base de
piedras e insultos. ¡Y peor aun!: las batallas intercolegiales, donde la
frontera es la valla que separa sendos predios escolares. Es que hasta
el día de hoy, cuando la tecnología se ha encargado de concebir
ignominiosas armas sofisticadas, rápidas y capaces de exterminar en
pocos segundos a pueblos enteros, la piedra sigue siendo arma arrojadiza
para el castigo y la venganza, como en aquellas sociedades que aún
contemplan la lapidación. Denigrante. Tan denigrante como la
proliferación de armas cada vez más complejas y precisas para la
destrucción. Quizás algún día, a base de tanto aniquilamiento, tengamos
que volver a las piedras como única arma de defensa. Como bien expresó
el sabio Einstein en el pasado siglo: "No sé con qué armas se luchará en
la tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la cuarta
Guerra Mundial: palos y mazas". Se olvidó de mencionar a las piedras.

PUERTA

No me extraña que quien haya inventado la puerta fuera un individuo
sospechosamente suspicaz y desconfiado. Los hombres primitivos tendrían
el mundo por montera, y las cuevas para guarecerse de las inclemencias.
Era suficiente el vacío o abertura de la cueva para entrar o salir. ¿Por
qué o para qué la puerta? Alguna fechoría en cueva ajena habría tenido
que efectuar dicho individuo para que su mente elucubrara y llegara,
finalmente, a concebir la idea de una puerta (para evitar que le
ocurriera a él lo mismo). Acción y reacción. ¿O sería la víctima quien,
para prevenir futuros atentados puso su mente a especular en soluciones,
hasta que llegó a la idea de algún armazón en la entrada, a modo de
protección? ¿O sería para protegerse de fieras y otras alimañas menos
humanas? Ahora el que está elucubrando soy yo. Hoy día, por supuesto, no
se pueden concebir edificios o casas sin la omnipresente presencia, en
la entrada, de una puerta. Como la puerta que siempre llevo grabada en
mi memoria, la da la casona de mi abuelo, protegida, a su vez, de otro
portal de hierro, en forma de reja artesanalmente labrada, con sus
iniciales, que son las mías, exquisitamente grabadas. De cualquier
modo, ya con la invención de las armas, guerras y batallas por el poder
y la gloria, las puertas perdieron eficacia, y hasta habría que
cuestionarse si los muros y murallas (con sus respectivas puertas, claro
está) también. Hoy, puertas blindadas, ¿qué más si no?

SUEÑO

¿Que toda la vida es sueño? ¿Por qué, porque lo dice Calderón? A mi me
gusta soñar, pero también me gusta vivir. Y si no viviera, ¿podría
soñar? Pues no, para soñar, antes hay que vivir. Entonces, toda la vida
no puede ser sueño, aunque sea muy cierto que para vivir también hay que
soñar. Nuestros sueños llenan nuestras vidas de "ilusión" y "frenesí",
(también lo recuerda Calderón) más aún cuando logramos hacerlo realidad.
Pero primero tengo que vivir, luego tengo que soñar y, finalmente,
intentar hacer realidad mis sueños, si eso es lo que quiero (a veces es
preferible que no ocurra). Aquí debo confesar mi sueño más iterativo
hará cosa de quince años, y que ¿podría convertirse algún día en
realidad?: Casi cada noche soñaba que volaba. Era un sueño vívido, Yo
agitaba los brazos mientras sobrevolaba por casas, edificios, parques, y
veía a la gente, por ejemplo, bañándose en una piscina. Y prometo que
al despertarme me dolían física y realmente los brazos, de tanto
agitarlos en mi vuelo onírico. Después de todo, ¿dé que sueño hablamos:
del estado onírico de ensueño, del deseo que tengo por dormir, de
nuestras fantasías que anhelamos hacer realidad, del sueño lúcido? No
sé, creo que tengo demasiado sueño ahora como para ponerme a discurrir
sobre el tema. Pero antes de cerrar los ojos y penetrar en esa realidad
virtual, déjenme decirles que todo sueño es vida y que la vida... vida
es...

TORNILLO

Existen objetos cotidianos que, precisamente por su uso habitual no nos
damos cuenta que su invención, en sí, es sorprendente. Este es el caso
del tornillo. Qué mente preclara habrá podido pensar quién sabe ya
cuántas centenas de años, que con un cilindro metálico, tallándoles
ranuras en forma de hélice, podría crearse un instrumento mecánico que,
haciéndolo girar, pudiera servir para ensartar distintas piezas
desmontables, como poco. Es más sorprendente este invento si
consideramos que el tornillo por sí sólo no tendría mayor utilidad, si
no fuera por otros elementos que también tuvieron que ser concebidos,
como los son su cabeza, para poder sujetarlo e imprimirle el movimiento
giratorio necesario; el destornillador, como herramienta necesaria para
hacerlo girar y apretarlo (o lo contrario), y hasta la tuerca, para
poder acoplar al tornillo y fijar, así, los elementos desmontables
unidos. Derroche de creatividad práctica, al punto de hacernos
proclamar, para aquellos con falta de juicio, que se les ha perdido, ni
más ni menos, un tornillo. No sé si a mí se me ha perdido uno, lo que sí
sé es que por lo menos durante una semana alojé un tornillo en mis
entrañas. Sería pequeño, pero lo suficientemente mayor para que se me
quedara grabado en la memoria. Sí, me tragué un tornillo (mi padre era
un "manitas" que siempre se pasaba armando y desarmando aparatos y
artilugios, por lo que los tornillos eran el "pan de cada día" ¡y nunca
mejor dicho! en nuestra casa). Recuerdo el nerviosismo de mi madre, las
corridas al médico, las radiografías, los laxantes para que lo expulsara
lo antes posible y, finalmente, el "clic" que escuché (y aún sigo
escuchando), del tornillo al "caer" en la bacinilla donde me obligaban a
sentarme cada vez que quería descargar mis necesidades. ¿Será ese el
tornillo que dicen algunos que me falta?

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