OJO DE GATO
Me asomo a la ventana y por una vez comprendo, ante la terrible desazón de tener que levantar mi cuerpo mientras mi cerebro está aún embutido de sopor, que vivo de adentro hacia afuera. No sé si eso es bueno, pero cómo desearía estar del otro lado y asomarme a mi ventana de revés, como hace el gato del vecino que escoge las altas horas de la noche (precisamente en los días de mayor agotamiento) para posarse en ella y brindarme serenatas de insomnio, mientras sus ojos, únicas luminarias entre tanta penumbra, se clavan en los míos, cada cual más abierto, como deleitándose de su jugada. Si pudiera hacer lo mismo ¡sin duda disfrutaría viéndome a mí debajo de mantas, edredones y cubrecamas, luego de intentar atraer el sueño con caseríferos inútiles! Me convertiría en el ojo del gato de mi vecino, para grabar las imágenes más apasionantes de mi propio dormitar y proyectarlas, sin dilación, una vez despierto. ¿Gratia plena?
GATO A TRAICIÓN
Me asomé a la ventana muy temprano, aquel día de matices grises y amenazas de lluvia. Lo extraño fue que mientras más desazón adivinaba en los rostros de los pocos transeúntes que pasaban a esas horas, posiblemente para tener que dirigirse a un trabajo estéril y mal pagado, mayor era mi regocijo. Aprecié que mi ánimo se fortalecía, aunque no podía comprender por qué. No sé si a la par se apoderó en mi espíritu un sentimiento de culpabilidad, por disfrutar en solitario de tanto júbilo, en un día lánguido e inclemente. Seguro que lo alejé de inmediato, porque quería disfrutar de ese sentimiento egoísta de saberme el único ser chisporroso en medio de tanto abatimiento. Mientras los minutos corrían, el día se volvía más oscuro, más destemplado, y mi corazón más refulgente. Las caras de los transeúntes, que ya no eran tan pocos, proyectaban mayor desazón aún, o así me lo parecía. No pude contener tanta chisporrosidad dentro de mí y exploté en una risa burlesca, chusca, desde el segundo piso, asomado a mi ventana, que casi nunca abría por miedo a resfriarme. Todos los ojos, todas las miradas del vecindario, aún aquellas que sobresalían de las otras ventanas, se clavaron en mí, penetraron como alfileres en mi risa, que se fortalecía con cada alfilerazo. ¡Cómo disfrutaba del momento! Hasta que de pronto apareció un ser risueño, alegre, juguetón, invadido de una energía descomunal, saltando alegremente de un lado a otro. ¡Era el gato del vecino que se estaba apoderando de mi protagonismo en solitario! Lo que no consiguieron las miradas del vecindario lo logró ese maldito gato. Mi risa se contuvo al instante, aún a mi pesar. Mi regocijo quedó hecho trizas. Y yo, a la desesperada, pensé por un momento en lanzarme desde mi
ventana del segundo piso hacia ese monstruo de cuatro patas con bigote, para descuartizarlo. ¿Lo habré logrado?
GATO ESTAMPADO
Me asomé a la ventana por inercia. Era domingo y había pasado una noche muy mala, a palo seco. Los domingos no acostumbro a levantarme temprano, pero cuando más necesita uno dormir, más traicionero se vuelve el cuerpo y ¡zas! se te despierta sin pedir permiso. Ni me percaté siquiera que solo llevaba puesto mi propio tegumento. Mi vista se clavaba en la distancia pero en realidad no enfocaba hacia ningún sitio, no podría decirse que mirara algo en concreto. Un trupecimiento en la nuca, que iba bajando por la columna vertebral, algo inclinada hacia delante para poder asomar mi cabeza tras las persianas, me hizo sospechar que estaba siendo observado. Las pocas veces que se había apoderado de mí esa sensación, nada bueno había resultado de ello, por lo que además, mi cuerpo empezó a expeler sudores. Con la mirada traté de buscar los ojos fisgones, sin mucho éxito. Fue allí cuando tomé conciencia de mi desnudez. Al darme la vuelta con celeridad para buscar una piel menos digna pero más recatada con qué cubrirme, advertí que mi habitación no estaba, más bien me hallaba en el patio interior de mi edificio, solitario, aterido. Como relámpagos pasaron por mi mente miles de elucubraciones para tratar de dilucidar este tremebundo panorama. Los trupecimientos ya llegaban, hacia arriba, hasta la coronilla y, más abajo, hasta las mismísimas uñas de los pies. Los sudores de mi cuerpo, por lo menos, hacían las veces de vestimenta, o así me parecía en ese momento. Por instinto subí mi rostro y busqué con la mirada la ventana de mi piso, en el segundo. Lo que vi no aplacó mi incertidumbre: por ella se asomaba la cabeza del gato de mi vecino, el causante de tantos de mis desvelos nocturnos. Su mirara se clavaba en la mía y podría jurar que una amplia sonrisa se dibujaba entre las comisuras de su hocico, que de vez en cuando relamía, como deleitándose del momento. Tampoco podría asegurarlo, pero creí ver que el gato vestía mi pijama (aquel de franela, que solo uso en noches especiales y que lleva estampado cientos de pequeños gatitos primorosos.) Mi siguiente paso fue echar a correr hacia la entrada de mi portal, y me vi saltando en cuatro patas, empujando con mi cabeza peluda la enorme puerta de cristal. Una vez adentro, ronroneando, el sueño no terminó.
SIN GATO PERO CON MÚSICA
La última vez no me asomé a la ventana ni subí las persianas cuando aparecieron las primeras ráfagas de luz. Nada de voces mañaneras. La cama y yo. Pero me sentía inquieto. ¿No podía vivir sin el ajetreo? ¡Sí: Fuerza de voluntad! ¡Vaya inverecundia la de mis dedos traicioneros que fueron más rápidos que cualquier voluntad y ya estaban encendiendo la radio! Creí percibir locuciones que sonaban a voces espasmódicas. Salté del catre como resorte mal ajustado. Intenté sintonizar las ondas. Entre tanta interferencia descifré palabras como “música...” “nterrrr...” “cincocont...” A punto de darme por vencido, abrir mi ventana y “embriagarme” con los maullidos del gato del vecino, la interferencia, por encanto, cesó. Una música rítmica, mágica, empezó a envolver la habitación, me entró por los poros y me vi sobre la cama, agitándome, estremeciendo mi osamenta al compás cadencioso, bailando por los aires al ritmo del cantar chibirilante. Fue la catarsis. La música cesó y caí sobre la cama, rebotando alegremente sobre el colchón. Mis oídos pudieron retener, finalmente, el origen de tan efectiva agitación: “...ZZX en español, con la música más vibrante de los cinco continentes...” Descubierto el pastel, me pregunté: ¿cómo mi radio de pacotilla fue capaz de captar esta emisión, si ni siquiera habito en uno de los cinco continentes?
Comentarios