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ÚLTIMO VIAJE INCANDESCENTE


Miro los plumajes del ave
a través de mis lentes fuliginosos
que no sé su nombre
y presiento su trastornado revoloteo
asfixiado yo también
aquel verano de mi ciudad sin parques.
Pobre criatura, se le ocurre se me ocurre
contemplar este infierno en el más
caluroso de los estíos.
Su ventaja, agilidad para volar al árbol
rama de la desesperación o
cobijo a su sombra.
Y yo dónde me meto, bosque de asfalto
ventanales de cristales incandescentes
que succionan hasta la última radiación.
Cómo se te ocurre, criatura, apoyarte
en mi mortecino alféizar horno
y cocina a la intemperie, sin butano.
Te observo sin tiempo ni distancia
y ni te inmutas. Lo padezco
me reflejo en tu plumaje blanquecino
con motas gris verdoso e
imagino también tu sufrimiento, pobres
patitas primorosas distinguidas
más finas que mi meñique encorvado
casi sin garra para aprehender.
¿Cómo soportas el fervor de las baldosas
que ni yo mismo soy capaz de acariciar?
Por fin me has entendido: levantas vuelo
hacia el roble de la esquina (o lo que fuere)
y te refugias entre rama, sombra o agujero.
¡Me abandonas! Lo comprendo. Pero
no por mucho tiempo. Espérame
ave sin nombre, que me apoyo yo también
en el alféizar, doy un último suspiro
sin quejido, lo prometo, y me lanzo
en pos de tu última estela.

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