Miro los plumajes del ave a través de mis lentes fuliginosos que no sé su nombre y presiento su trastornado revoloteo asfixiado yo también aquel verano de mi ciudad sin parques. Pobre criatura, se le ocurre se me ocurre contemplar este infierno en el más caluroso de los estíos. Su ventaja, agilidad para volar al árbol rama de la desesperación o cobijo a su sombra. Y yo dónde me meto, bosque de asfalto ventanales de cristales incandescentes que succionan hasta la última radiación. Cómo se te ocurre, criatura, apoyarte en mi mortecino alféizar horno y cocina a la intemperie, sin butano. Te observo sin tiempo ni distancia y ni te inmutas. Lo padezco me reflejo en tu plumaje blanquecino con motas gris verdoso e imagino también tu sufrimiento, pobres patitas primorosas distinguidas más finas que mi meñique encorvado casi sin garra para aprehender. ¿Cómo soportas el fervor de las baldosas que ni yo mismo soy capaz de acariciar? Por fin me has entendido: levantas vuelo hacia el roble de la es...