Un día, ya lo sabes, jugamos a bandidos y vaqueros el viento se escapaba por las ramas y yo arriba, más arriba escondiéndome en mi selva particular árbol huevo de toros, mangos, y abajo, materile lirelo. A veces, sin pisar a la rayuela, un dos tres ¡pan y brinca! por mi y mis compañeros los he salvado a todos y tú que hacías trampa contando a la escondida. Y otro día otro juego, ya lo sabes “hijo hijo dónde estás, donde mi abuelita” ¡A que te cojo! Y tú corriendo y yo detrás, como si nos jugáramos la vida, delirio de la infancia. Un palo o una piedra, camino hacia los cielos. Pero mira, no recuerdo haber jugado a matarifes, soldados de mortífero atavío. Por qué, entonces, con la piel más arrugada nos conminan a batallas más cruentas, bombas, átomos, metralletas para perforar hasta la médula, las ideas como juegos de niños inocentes, chuparnos la sangre el último suspiro, aniquilarnos de verdad.