No sé de dónde vengo quizás de la orquídea que se atrevió a brotar entre las rocas más áridas y duras de un volcán apagado, o de la piedra misma. ¿Y dónde estoy? Frente a la muralla inmensa que mis opresores erigen, según ellos, para salvaguardar mi honra y poder envenenar sin contratiempos mi lucidez de obscenidades, pobre sustancia imbuida en solución salvífica. ¿Adónde voy? En busca de mi ser, perdido entre las bombas de supuestos salvadores, hacedores de milagros a punta de navaja, supremacía de la fuerza. En busca del sitio donde puedan anidar las aves respirar hasta el último animal marino germinar la más quebradiza de las plantas, copular todos los seres como acto de pasión o de ternura. Al lugar donde pueda plantar mi orquídea sin tener que suspirar por la única gota del agua que tuvieron a bien proporcionarme los consabidos redentores. Allí, en mi último acto de honradez ofreceré mi flor y mi palabra a quien quiera, algún día, recogerlas para seguir adelante.